La música siempre sonó
La música siempre sonó.
Por Albanta
Despertaba cada día frente al reloj con un corazón preso que se aferraba a un futuro sin presente que, mágicamente, le liberase del miedo, y a un pasado que le devoraba en la oscuridad sin una vela a mano para entrar en él.
Hacía mucho tiempo que había dejado de preguntarse, y sin darse cuenta había
abandonado hasta el asombro.
En esa primavera variable que transitaba lo único que le quitaba el frío eran los
trayectos que hacía desde su casa hacia los diferentes lugares a los que iba a diario: el trabajo, la granja de su hermano, la casa de sus padres, el bar de la esquina...
Quizá lo que le quitaba el frío era el movimiento al andar, o tal vez eran aquellas
paradas que hacía en cada uno de esos caminos. Los trayectos eran cortos, pero el peso que cargaba le obligaban a parar para coger aliento, o para soltarlo. Tenía varias paradas, siempre ritualizadas, sin darse ni cuenta. En un puente sobre el río, en la entrada a un parque repleto de árboles, arbustos y lagartijas donde había una valla para apoyarse, en el banco que había enfrente de una casa donde vivía una familia con 11 hijos... Hacía una parada de varios minutos donde, sin saber por qué, conseguía perder el control del tiempo. Nunca sabía los minutos que había estado ahí, sin pensar, sin moverse, sin hacer nada. Vaciándose a cada rato.
Hasta que un día, en una de esas paradas que hacía, escuchó su propia voz desafinada en el horizonte. En ese momento se dio cuenta de que esa voz había estado sonando desde el principio. Cada día la escuchaba con más claridad. Cantaba en forma de mantra unos versos: La vida es una fiesta, a tu pesar. La música comenzó a sonar en su interior, cada día con más claridad. Le terminó
gustando el soniquete. Jugaba a cambiar la melodía, a construir escalas con esa frase, la convertía en un rap, en una guajira y hasta en un vals.
Y así fue como una mañana amaneció bailando. Y ya no quiso parar.
Todos, ahora, le llaman loco.
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